El Carnaval es una de las celebraciones más vibrantes y arraigadas tanto en Argentina como en las Islas Canarias. En Argentina, se trata de una fiesta popular de enorme importancia cultural, celebrada en todo el territorio con desfiles, música y color. Su origen se remonta a la época colonial, cuando los españoles trajeron estas fiestas a América, donde se fusionaron con tradiciones locales
De hecho, la fiesta de carnaval fue exportada por navegantes españoles y portugueses a Latinoamérica, asociándose a desfiles con carrozas, disfraces, bailes populares y todo tipo de excesos festivos
Dada la histórica conexión migratoria entre Canarias y América, no es de extrañar que existan lazos culturales entre el Carnaval argentino y el canario. Ambos carnavales comparten raíces hispánicas y han evolucionado con aportes de diversas culturas, creando puentes festivos entre los argentinos residentes en Tenerife, los canarios y otras comunidades amantes de estas tradiciones.
Historia y evolución
El Carnaval en Argentina tiene sus primeros registros en tiempos de la colonia española. Ya en el siglo XVII y XVIII, Buenos Aires y otras ciudades del Virreinato del Río de la Plata celebraban carnavales con bailes de máscaras, comparsas y juegos de agua. Estas celebraciones iniciales combinaban elementos traídos de Europa con costumbres de pueblos originarios y de la población afrodescendiente esclavizada en el país
En efecto, el carnaval llegó a tierras rioplatenses de la mano de los colonizadores, pero rápidamente “se transformó con las influencias nativas y africanas” dando lugar a una expresión única.
Durante el siglo XIX el Carnaval sufrió altibajos debido a restricciones y prohibiciones. Por ejemplo, el gobernador Juan Manuel de Rosas llegó a prohibir los festejos carnavaleros en Buenos Aires, aunque luego se autorizaron nuevamente los bailes de máscaras y los famosos juegos de agua hacia 1854
A mediados del siglo XIX, figuras como Domingo Faustino Sarmiento promovieron la organización de corsos oficiales y fomentaron el uso de disfraces y máscaras venecianas, buscando que por unos días se borraran las diferencias de clase mediante el anonimato del disfraz
Así, para 1869 se realizó el primer corso oficial porteño, donde participaron activamente murgas y comparsas compuestas principalmente por afroargentinos.
Con la llegada masiva de inmigrantes europeos a comienzos del siglo XX, el carnaval argentino sumó nuevos ritmos y estilos. “La influencia de los inmigrantes italianos y españoles introdujo ritmos, danzas y vestimentas propias de sus lugares de origen”, produciéndose gradualmente el pasaje de las antiguas comparsas de candombe (de fuerte raíz africana) a las modernas murgas barriales
Hacia mediados del siglo XX, los carnavales eran eventos multitudinarios en ciudades como Buenos Aires, pero la dictadura militar instaurada en 1976 marcó un brusco impasse: ese año “el gobierno militar eliminó el carnaval del calendario oficial de feriados y cesaron los corsos”
Durante décadas el carnaval prácticamente desapareció de la esfera pública oficial, aunque sobrevivió en el recuerdo y la práctica barrial. Con la vuelta de la democracia en 1983, las murgas renacieron tímidamente y el espíritu carnavalesco volvió a las calles. Finalmente, en 2010 el gobierno nacional restituyó los feriados de lunes y martes de carnaval, devolviéndole plenamente su lugar en el calendario festivo
Hoy el Carnaval en Argentina vive un nuevo auge, reconocido como parte integral del patrimonio cultural, y se celebra cada año con feriados nacionales, enormes festivales regionales y la participación entusiasta de la gente de todas las edades.

Historia y evolución en Canarias
(Nota: Integrar breve contexto histórico del Carnaval en Canarias para enlazar con la comparación posterior.) El Carnaval en Canarias es igualmente una fiesta centenaria. Se tienen registros de carnavales en las islas desde el siglo XVI, también introducidos durante la colonización española. Sin embargo, a lo largo de su historia enfrentó periodos de prohibición, como durante la dictadura de Franco en el siglo XX, cuando en Tenerife la celebración tuvo que disfrazarse bajo el nombre de “Fiestas de Invierno” para sortear la censura. Tras el fin del franquismo, el Carnaval canario resurgió con más fuerza que nunca, consolidándose como uno de los más famosos del mundo. En 1980 el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife fue declarado Fiesta de Interés Turístico Internacional y actualmente figura entre los carnavales más destacados a nivel global
Al igual que en Argentina, el Carnaval isleño incorporó múltiples influencias culturales. En el caso canario, su carácter cosmopolita se enriqueció con aportes latinoamericanos y caribeños en el último siglo. Ciudades como Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria han recibido migración de Cuba, Venezuela, Argentina y otros países, lo que añadió ritmos como la salsa, la cumbia y el son a los festejos locales. Esta “mezcla de tradiciones canarias en las que confluyen influencias de Latinoamérica, del Caribe y de más allá” se ha vuelto sello del Carnaval canario moderno
Así, ambos carnavales —el argentino y el canario— comparten un trasfondo histórico similar de origen hispano y evolución multicultural, preparándonos para entender sus manifestaciones actuales.
Manifestaciones regionales en Argentina

Argentina, por su gran tamaño y diversidad, ofrece distintas expresiones de Carnaval según la región. En la Mesopotamia y el Litoral (noreste del país) se vive el carnaval más fastuoso. La ciudad de Gualeguaychú, en Entre Ríos, es sede del carnaval más famoso del país: cada verano su “Carnaval del País” atrae a miles de espectadores con desfiles multitudinarios. De hecho, “el Carnaval de Gualeguaychú es reconocido como la fiesta a cielo abierto más grande de Argentina”
Allí compiten comparsas de hasta 300 integrantes engalanados con imponentes trajes de plumas, lentejuelas y carrozas temáticas al estilo de los carnavales brasileños. Muy cerca, en la provincia de Corrientes —autoproclamada “Capital Nacional del Carnaval”— también brillan desfiles de primer nivel. Las comparsas correntinas como Ara Berá o Sapucay llegan a tener más de dos mil integrantes cada una, siendo “las comparsas más grandes del país” y ofreciendo un espectáculo considerado entre “los más lujosos del mundo”
Tanto Gualeguaychú como Corrientes cuentan con su propio corsódromo, un estadio al aire libre especialmente construido para los corsos, donde noche tras noche de febrero se presentan las comparsas al ritmo de samba, axé y ritmos tropicales.

En el centro del país y la zona pampeana, la manifestación más típica son las murgas porteñas y sus equivalentes en otras ciudades. En Buenos Aires, los fines de semana de Carnaval decenas de murgas barriales toman las calles con su despliegue de bombos con platillo, redoblantes, bailarines y cantantes. Estos grupos —con nombres pintorescos como “Los Caprichosos de San Telmo” o “Los Mocosos de Liniers”— recorren los barrios bailando y entonando canciones pícaras que mezclan sátira social y festejo. El Carnaval Porteño se caracteriza por su impronta comunitaria: cada murga representa a un barrio y es evaluada por su música, vestuario y coreografía en los corsos municipales. “Cada febrero, ellas animan con bailes, silbatos y bombos con platillos los diferentes corsos de la Ciudad”, llegando a congregar a familias enteras en torno al ritmo murguero
Si bien más modesto en infraestructura que los carnavales del Litoral, el carnaval de Buenos Aires tiene la autenticidad de lo popular: calles cortadas, vecinos de todas las edades bailando con espuma y chispa contagiosa hasta altas horas de la noche. Otras ciudades argentinas, como Montevideo en la vecina Uruguay, comparten esta tradición de murgas dado el acervo cultural rioplatense común.
En el Noroeste argentino, el Carnaval adquiere un matiz completamente distinto, fusionándose con rituales ancestrales andinos. En provincias como Jujuy, Salta y parte de Catamarca, se celebra el llamado Carnaval andino o Carnaval de la Quebrada, con fuerte influencia indígena. Comunidades de la Quebrada de Humahuaca (Jujuy) inician la celebración con el tradicional desentierro del diablo: el sábado de Carnaval, las comparsas locales suben a los cerros para desenterrar un pequeño muñeco llamado “Pujllay” o “diablito”, que había sido enterrado el año anterior al terminar los festejos
Este diablo simbólico representa al espíritu del Carnaval y la fertilidad (en la cosmovisión local, está asociado al sol fecundador y a la Pachamama, la Madre Tierra)
Una vez liberado el Pujllay, estalla la alegría comunitaria: decenas de diablos danzantes bajan cerro abajo con coloridos trajes llenos de espejos, cascabeles y cuernos, al son de sikus, charangos, cajas chayeras y coplas folklóricas. La gente del pueblo se suma a la comparsa bailando el carnavalito (danza folklórica norteña) y compartiendo chicha y bebidas regionales. Es común que “los habitantes se vistan con trajes coloridos utilizando cascabeles y máscaras; se divierten impregnándose la cara con harina y tirándose con talco y serpentinas mientras reparten ramitas de albahaca”
La harina y la albahaca son símbolos de este carnaval: la primera representa la purificación y la diversión sin prejuicios (todos terminan empolvados de blanco), mientras que el aroma de la albahaca fresca detrás de la oreja es casi un perfume oficial de la fiesta jujeña
Tras varios días de bailes y rituales (que incluyen el Martes de Chaya, donde se rinde culto a la tierra arrojando puñados de harina al aire en señal de gratitud por la cosecha), el Carnaval andino concluye con el entierro del diablo el Miércoles de Ceniza: se vuelve a enterrar al Pujllay en su apacheta, junto con ofrendas y hojas de coca, para que descanse hasta el año siguiente. Este carnaval norteño, con su sincretismo de tradiciones prehispánicas y católicas, muestra la enorme diversidad de manifestaciones carnavalescas dentro de Argentina.
Por último, otras regiones argentinas tienen sus propios carnavales dignos de mención. En la región de Cuyo, por ejemplo, La Rioja celebra en febrero la fiesta de la Chaya riojana, muy emparentada con el carnaval: abundan también los juegos con agua, harina y albahaca, en honor a la tradición diaguita de agradecer a la tierra. En el Litoral, ciudades como Corrientes, Paso de los Libres o Victoria organizan carnavales locales que alimentan el circuito turístico conocido como los “Caminos del Carnaval”. Incluso en la Patagonia, aunque con menor despliegue, algunas comunidades celebran carnavales regionales (en la ciudad chubutense de Esquel existe un carnaval con influjo andino, y en la ciudad fueguina de Tolhuin se realiza uno de los carnavales más australes del mundo). En síntesis, cada rincón de Argentina ha adaptado el Carnaval a su idiosincrasia, ya sea con desfile de comparsas multitudinarias, murgas urbanas o rituales rurales, manteniendo siempre el espíritu común de alegría colectiva.
Elementos tradicionales del Carnaval argentino
El Carnaval en Argentina presenta una rica variedad de elementos tradicionales que le dan su sabor distintivo. Uno de los más omnipresentes es la música: cada región tiene sus sones típicos carnavaleros. En los corsos porteños suenan bombos con platillo, redoblantes y platillos al ritmo de la marcha murguera, intercalados con los cánticos ingeniosos de las murgas. En el Litoral, en cambio, predominan las batucadas de inspiración brasileña (samba enredo) acompañando a las comparsas, así como ritmos autóctonos como el chamamé y la marchinha en los carnavales barriales. En el Noroeste, las melodías de carnaval las ponen instrumentos tradicionales como erkenchos (trompetas andinas), sikus (flautas de pan), charangos y bombos legüeros, interpretando coplas y taquiraris que invitan al baile comunitario

A lo largo y ancho del país, no falta el himno popular “Que nadie duerma, nadie, que es noche de Carnaval…” coreado en los barrios.
Otro elemento central son las danzas y comparsas. La comparsa —entendida como grupo organizado de carnaval— adopta distintas formas: puede ser una escuadra de bailarines de samba con trajes extravagantes en Gualeguaychú, una agrupación folclórica de diablos y paisanas en Jujuy, o un conjunto de vecinos disfrazados en la murga de un barrio porteño. Todas comparten, sin embargo, la intención de animar el carnaval con su alegría coordinada. Los bailarines de comparsa suelen tener pasos ensayados y coreografías; en el caso de las murgas porteñas, destaca el típico “salto murguero” o “métrica”, una forma acrobática de bailar levantando rodillas y batiendo el bastón al compás. Por su parte, en el norte, la danza puede tomar formas circulares y comunitarias como la rueda de carnavalito o el zapateo en parejas durante las topadas (encuentros carnavaleros). La diversidad de bailes refleja las múltiples influencias culturales: de la sensualidad afrobrasileña en las comparsas litoraleñas, a la picardía hispánica en las murgas urbanas, pasando por la celebración telúrica indígena en los carnavales andinos.
Los disfraces y atuendos del carnaval argentino son otro aspecto pintoresco. En los grandes carnavales de Entre Ríos y Corrientes, los trajes de fantasía son verdaderas obras de arte: imponentes tocados de plumas de avestruz, lentejuelas cosidas a mano, espaldas con armazones que forman alas o carrozas ambulantes, y espaldas cubiertas de brillo. Cada comparsa elige un tema anual y sus vestuarios giran en torno a ese motivo (por ejemplo, “reinos medievales”, “el mundo acuático” o “mitos guaraníes”). Las reinas de comparsa y las embajadoras desfilan con enormes trajes a veces tan pesados que requieren ruedas de apoyo. En contraste, los disfraces murgueros de Buenos Aires tienen otro estilo: levitas o frac de satén de colores, adornados con lentejuelas que forman el nombre de la murga, galeras o sombreros de copa altos, y guantes blancos; cada integrante muchas veces confecciona su propio traje. En los carnavales norteños, los disfrazados más tradicionales son los “diablos” con trajes de tela roja o multicolor cargados de cascabeles, espejos circulares (simbolizando las tentaciones y también los destellos del sol), máscaras artesanales con cuernos de vaca, y porras o tridentes en mano. También se visten de “pepinos” o “pustulas” (payasos grotescos) en algunos pueblos, y las mujeres suelen llevar coloridos polleras y blusas bordadas. En todo caso, el disfraz es un vehículo para la transgresión lúdica: en Carnaval se invierten los roles sociales y cualquiera puede ser quien quiera por un día, ya sea un rey con corona de cartón, un arlequín bailarín o el mismo diablo travieso.
Junto con la música, la danza y el disfraz, están los juegos y costumbres que completan la atmósfera carnavalesca. El juego por excelencia en Argentina es el agua: lanzar bombitas (globos) de agua, mojar con baldazos o bombear espuma era antaño infaltable. Ya en el siglo XIX los cronistas mencionaban que en Buenos Aires los vecinos jugaban a mojarse desde los balcones, tradición que continúa en muchas localidades. “En las décadas pasadas, el carnaval entrerriano era sinónimo de juegos con agua, disfraces improvisados y los tradicionales corsos” recuerda una crónica sobre Gualeguaychú
Aunque en algunas ciudades hoy se regula para evitar excesos, en muchas comunidades los chicos (y no tan chicos) salen con pomos de espuma y pistolas de agua a empapar a sus amigos durante el corso. Otra costumbre extendida es arrojar papel picado y serpentinas, que llenan el aire de color; así como untar con harina o tierra la cara de algún conocido en señal de complicidad (práctica muy común en el Norte). La albahaca en la oreja, como mencionamos, es típica en Cuyo y el NOA: se cree que su aroma enamora, por lo que quien la lleva está “buscando pareja” en Carnaval
En La Rioja, la Chaya incluye el rito de romper una vasija de barro llamada “puclla” llena de agua y albahaca para bendecir la fiesta.
Otros elementos tradicionales son las máscaras y antifaces, ligados a la influencia veneciana. Ya desde el siglo XIX se usaban en los bailes de carnaval en Buenos Aires, promovidas por Sarmiento fascinado por las máscaras italianas
Hoy en los corsos porteños aún se ven mascaritas sueltas y personajes clásicos como el Rey Momo, figura simbólica de la celebración. El Rey Momo –representado a veces con un muñeco gigantesco– preside los carnavales en varias ciudades (Corrientes, por ejemplo, cada año “corona” a un Rey Momo que inaugura la fiesta). En algunos sitios se acostumbra quemar al Rey Momo al finalizar el carnaval, un ritual heredado probablemente de Europa que simboliza despedir los vicios y excesos para comenzar la Cuaresma purificado. Si bien no es una práctica universal en Argentina, sí se realiza en ciertos carnavales locales. Por su parte, el Entierro de la Sardina tan famoso en España no forma parte de la tradición argentina, aunque podemos encontrar un paralelo en el entierro del diablo andino que cierra el ciclo festivo en el Norte.
En suma, la tradición del Carnaval argentino está compuesta de múltiples elementos: el sonido de un bombo legüero y una guitarra rasgueando vidalas en un patio riojano convive en el imaginario con la imagen de una vedette con tocado de plumas brillando bajo reflectores en Gualeguaychú; el sabor de la albahaca jujeña se entremezcla con la espuma que cubre a dos niños riendo en una calle porteña. Es una celebración polifacética, donde lo común es la explosión de alegría, la creatividad popular y la sensación de comunidad.
Similitudes y diferencias con el Carnaval en Canarias

El Carnaval de las Islas Canarias y el Carnaval argentino, aunque geográficamente distantes, presentan sorprendentes similitudes fruto de ese tronco histórico compartido y de un continuo intercambio cultural. En cuanto a similitudes, destaca ante todo la pasión y entrega con que ambas comunidades viven la fiesta. Tanto en Argentina como en Canarias, el carnaval es sinónimo de calles colmadas de gente bailando, ritmos contagiosos y una atmósfera de permisividad y humor. Los dos carnavales tienen sus desfiles de comparsas: en Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas, numerosas comparsas llenas de bailarines recorren la ciudad con tambores y trompetas al ritmo de salsa, batucada y sonidos tropicales, muy al estilo de las comparsas argentinas del Litoral que marchan con samba y percusión brasileña. De hecho, el de Santa Cruz es considerado “el más ‘brasileño’ de los carnavales españoles” por ese despliegue de ritmo, color y lujo que recuerda a Río
No es casualidad: existe un flujo constante de influencias entre Canarias y América Latina. En el carnaval tinerfeño, por ejemplo, participan grupos coreográficos inspirados en escuelas de samba sudamericanas, e incluso comparsas canarias han viajado a actuar a carnavales en Cuba o Venezuela, y viceversa. El resultado es que al ver bailar a las comparsas canarias —con plumas, lentejuelas y cuerpos de baile sincronizados— un argentino podría sentirse en Gualeguaychú, y un canario viendo las comparsas de Corrientes reconocería un aire familiar.
Otra similitud son las murgas, aunque aquí también aparece una interesante diferencia cultural. En Canarias, especialmente en Tenerife, las murgas son agrupaciones carnavalescas que cantan canciones satíricas y humorísticas en competiciones muy reñidas, heredando la tradición de las chirigotas de Cádiz. Se caracterizan por sus letras críticas de actualidad, entonadas con gracia, y por sus disfraces colectivos de tema común. En Argentina, la palabra murga refiere más al conjunto de baile y percusión barrial; si bien también incluyen canciones, éstas son más simples y repetitivas, centradas en el estribillo festivo (“¡A mí me gusta el carnaval!” etc.), y en exaltar el barrio al que representan. Así, ambas culturas tienen “murgas” pero con estilos diferentes: la murga canaria es principalmente coral y satírica, mientras que la murga argentina es rítmica y danzada. Aun así, comparten el objetivo de poner la cuota de humor y crítica social en el carnaval. No deja de ser curioso que tanto en Buenos Aires como en Tenerife, cada febrero las murgas de distintos barrios compitan por el aplauso del público, ya sea con bombos y platillos o con ingeniosas parodias musicales.
La importancia del disfraz y la fantasía también es un punto en común. En Canarias el evento cumbre es la Gala de Elección de la Reina del Carnaval, donde las candidatas lucen trajes deslumbrantes de hasta 400 kg, verdaderas carrozas ambulantes llenas de plumas, brillos y estructuras gigantes
En Argentina, si bien no hay un show televisado de elección de reina tan espectacular, muchas ciudades coronan a su Reina del Carnaval (por ejemplo, Gualeguaychú elige cada año su soberana entre las representantes de las comparsas). Los trajes de las reinas argentinas, aun con menos kilos, también son fastuosos, por lo que en este aspecto los carnavales comparten la exaltación del lujo textil. Ambas festividades son un derroche de creatividad artística aplicada a la indumentaria: basta comparar las lentejuelas, plumas y pedrería de un diseño ganador en Tenerife con las fantasías que llevan las pasistas en Corrientes para notar que hablan un lenguaje común de fantasía y glamour.
Sin embargo, existen diferencias notables marcadas por las tradiciones locales. En las Islas Canarias, por ejemplo, es infaltable el rito del Entierro de la Sardina al final del Carnaval, una sátira en la que se quema o entierra una gran sardina simbólica representando el fin de la fiesta. Esta tradición, de origen español peninsular, no tiene equivalente en Argentina, donde el final del Carnaval no está tan ritualizado (salvo en el noroeste con el entierro del diablo, pero es un contexto distinto). Otra diferencia es el contexto estacional: el Carnaval canario ocurre en invierno (febrero-marzo) pero gracias al clima benigno isleño se vive casi como en verano; en Argentina es pleno verano austral, con calor agobiante en algunas regiones, por eso allá abundan los juegos de agua para refrescarse, cosa que en Canarias no es tan central.
También podríamos señalar que el Carnaval canario, especialmente el de Santa Cruz de Tenerife, se ha internacionalizado al punto de ser una atracción turística mundial, compitiendo en fama con Río de Janeiro o Venecia
En Argentina, en cambio, los carnavales (salvo contadas visitas de turistas vecinos de Brasil, Uruguay o Chile) son mayormente eventos de turismo interno y de identidad local. Un canario quizás ha visto llegar cruceros llenos de visitantes para carnavales, mientras un argentino vive su carnaval más de puertas adentro de la comunidad nacional. Esto hace que el Carnaval en Canarias tenga una infraestructura y promoción masiva, con conciertos de artistas internacionales, escenarios gigantes y cobertura mediática global, mientras que en Argentina (excepto Gualeguaychú televisado en cable, o los actos oficiales en Buenos Aires) la difusión es más limitada. Aun así, la esencia sigue siendo la celebración popular.
Un punto de conexión muy interesante hoy día es la presencia de comunidades latinoamericanas —especialmente argentinas— en Canarias, que llevan consigo su herencia carnavalera. Es común ver en los carnavales canarios cierta participación de inmigrantes argentinos: ya sea integrándose en comparsas locales o aportando su música. Sin ir más lejos, en la edición 2025 del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife estuvo invitada la reconocida banda argentina de cumbia “Ráfaga”, que hizo bailar al público del Sábado de Piñata con su ritmo pegadizo
Asimismo, grupos folclóricos argentinos residentes en las islas suelen organizar presentaciones en época de carnaval, mostrando, por ejemplo, el baile del carnavalito jujeño o exhibiendo coloridos trajes norteños en cabalgatas multiculturales. Esta interacción actual refuerza el puente cultural: así como el Carnaval argentino tuvo origen español, ahora el Carnaval canario recibe y celebra aportes sudamericanos. La fusión transoceánica es continua.
En síntesis, los carnavales de Argentina y Canarias comparten la exaltación de la alegría, la música, el disfraz y la sátira, aunque cada uno conserva su sabor propio. Ambos son hijos de la tradición ibérica del Carnaval que, mezclada con condimentos locales (sean africanos, indígenas o caribeños), dio lugar a fiestas únicas. Para un argentino en Tenerife, asistir al carnaval chicharrero puede ser una experiencia extraña y familiar a la vez: extraña al descubrir costumbres como la Sardina o las murgas cantadas con acento canario; familiar al sentir el retumbar de un tambor, la risa de la gente en la calle y ese desenfado tan parecido al de cualquier corso en Argentina.
Importancia del Carnaval para los argentinos en Tenerife
Para los miles de argentinos residentes en Tenerife y en Canarias en general, el Carnaval posee un significado especial. En primer lugar, funciona como un lazo con la patria: revivir en tierras isleñas la algarabía de febrero les recuerda las celebraciones que dejaron en Argentina, desde los corsos de su infancia hasta los feriados en familia. Muchos argentinos comentan que cuando llega el Carnaval en Tenerife, la nostalgia se mezcla con la alegría, pues “llevamos el carnaval en la sangre” y verlo florecer en otro lugar del mundo nos hace sentir en casa. Por ejemplo, un jujeño residente en Canarias que vea a los “diablos” en alguna comparsa multicultural, o simplemente huela albahaca en una fiesta temática, sentirá inmediatamente una conexión emotiva con su tierra. Del mismo modo, un porteño que escuche el repique de un bombo en medio del bullicio carnavalero tinerfeño, quizás evocará las murgas de Buenos Aires y no podrá evitar sumarse al baile.
El Carnaval también ofrece a los argentinos expatriados la oportunidad de compartir su cultura con la sociedad canaria. A través de Casa Argentina en Tenerife y otras asociaciones, en ocasiones se organizan actividades que muestran tradiciones argentinas en el contexto del Carnaval local. Puede ser un stand gastronómico con comidas típicas para los días de fiesta, talleres de baile de murga para niños, o la participación conjunta en alguna cabalgata. Estas iniciativas permiten que los canarios y demás residentes conozcan la riqueza del carnaval argentino (sus músicas, danzas y costumbres) fomentando así el intercambio cultural. Al mismo tiempo, los argentinos se sienten orgullosos de contribuir con su bagaje festivo a la gran celebración de la isla.
Además, el unirse a la fiesta local ayuda en la integración: el Carnaval es un idioma universal de alegría en el que cualquier persona, más allá de su origen, puede comunicarse. Argentinos, canarios, venezolanos, italianos, todos pueden bailar juntos en una verbena carnavalera sin preguntar de dónde viene cada quien. Para muchos inmigrantes, disfrazarse y salir a la calle en Carnaval fue la primera vez que se sintieron parte de la comunidad canaria, rompiendo timideces iniciales. Esta fiesta actúa como un puente que acerca a la diáspora argentina con sus vecinos isleños, creando lazos de amistad y entendimiento mutuo. No es casual que las comparsas y murgas de Tenerife sean espacios cada vez más diversos: hoy es normal ver apellidos argentinos o latinoamericanos en agrupaciones carnavalísticas canarias, aportando su talento y entusiasmo.
Por último, participar del Carnaval en Canarias puede ser para un argentino una forma de renovar su identidad de forma dual. Por un lado refuerza su argentinidad al reafirmar “esto es parte de mi cultura y la traigo conmigo”, y por otro lado le permite abrazar la identidad canaria al hacer suya también la tradición local. En lugar de ser una u otra, el inmigrante puede sentirse plenamente argentino y plenamente canario a través de la fiesta compartida. La bandera argentina y la bandera canaria ondean juntas en Carnaval, simbolizando que la distancia geográfica se acorta cuando hay alegría de por medio.
El Carnaval, tanto en Argentina como en Canarias, es mucho más que un evento festivo: es una expresión de la identidad cultural y de la historia viva de sus pueblos. A un observador atento, estas celebraciones le revelan siglos de mestizaje y creatividad: en un solo desfile de carnaval conviven herencias de Europa, ritmos de África y sabores de América, en un mestizaje que testimonia nuestra diversidad. Pese a las diferencias de acento, de clima o de costumbres, cuando comparamos el Carnaval argentino con el canario hallamos un trasfondo común de alegría, comunidad y libertad. Ambos territorios han sabido hacer del Carnaval una catarsis colectiva anual, un momento donde las penas se olvidan y las calles se transforman en escenarios de fantasía.
Para los argentinos en Tenerife, el Carnaval representa un abrazo entre dos patrias: la que los vio nacer y la que los recibió. En la risa de una máscara o en el redoble de un tambor encuentran un lenguaje compartido con sus vecinos canarios. Y para los canarios y demás residentes, conocer las tradiciones carnavalescas argentinas abre una ventana a ese gran mosaico cultural sudamericano, enriqueciendo aún más su ya cosmopolita carnaval isleño. En definitiva, el Carnaval en ambos lados del océano nos recuerda que la cultura es un puente vivo. Cada copla entonada en una quebrada jujeña y cada comparsa que baila en Santa Cruz de Tenerife forman parte, a la distancia, de una misma sinfonía de diversidad y hermandad. Cuando febrero pinta de colores las calles, no importa si es en Corrientes o en Canarias: el espíritu carnavalero nos une en una sola gran fiesta, celebrando la vida con bombos y platillos a ambos lados del Atlántico.
Fuentes consultadas:
Clarín clarin.com
Infobae infobae.com
Municipalidad de Corrientes visitcorrientes.tur.ar
Gobierno de Buenos Aires buenosaires.gob.ar
Wikipedia – Carnaval de Humahuaca es.wikipedia.org
Noticias Perfil noticias.perfil.com
Casa de América casamerica.es
NH Hotels nh-hotels.com
Antena3 Noticias antena3.com.